sábado, enero 07, 2012






El Villancico antiguo

(Navidad)

Ilustración de Jordi Ponce


Manuel, el pastorcillo, cuidaba sus ovejas en un cerro cercano a un pueblo pequeño de la sierra. La tarde era fría, pero el sol todavía alumbraba los campos.


Manu era un chico muy alegre y se entretenía jugando con su perro de raza ovejera, de pelo brillante muy negro y pecho muy blanco, puro nervio, observador y saltarín. Le tiraba palitos para que Boro corriese a cogerlos. Con él se encontraba muy bien acompañado en aquel paraje solitario.


El cielo se iba poniendo rojizo, luego morado y, en pocos minutos, la luz desapareció como si un lobo se la hubiese tragado.
El perro fue a acurrucarse cerca del chico y le miró con sus ojos húmedos, cálidos y profundamente oscuros que indicaban absoluta nobleza hacia su amo: amor sin fronteras de un “Collie de la Frontera” (Border Collie)
El frío era ya intenso. Manu puso en marcha el rebaño, con la ayuda de Boro, que ladraba y corría en círculos, controlando a las ovejas para conducirlas al redil, situado junto a la pequeña cabaña que dominaba el cerrillo.
Soplaba, frío y oscuro el viento Norte, profundo y desolado como el páramo castellano.
Envolvía con su mano de cristal añil toda la pureza del vacío, al filo de la noche, y traspasaba el alma.

Mientras caminaban hacia allí se oyeron, lejanas pero muy claras a través del aire limpio y transparente, las notas del carillón de campanas del pueblecito cercano. Era la melodía de un viejo Villancico castellano…..


“Ya se van los pastores a la Extremadura,
Ya se queda la sierra triste y oscura
Ya se queda la sierra triste y oscura.”……

Mensaje directo al corazón de pastores castellanos.
Gentes del invierno, unidas al paisaje, que aun guardaban restos de polvo del camino trashumante, llevando sus rebaños en busca de pastos, a través de la muy ancha Castilla.
Tiempo frío en que se añoraban los afectos.
Tiempo en el que el clima adverso aislaba en un paisaje duro y solitario, privado de luces y festejos.


Silencio….


Sin saber por qué, Manu pensó en aquellos pastores.
- La Navidad se acerca- pensó en voz alta el pastorcillo- y ese Villancico dice que ellos se marchaban lejos de sus casas, en esas fechas…


- ¿Tal vez yo tendré que marcharme cuando sea algo más mayor?
El tañido de campanas del reloj carillón seguía desgranando las notas de aquel desolado y antiguo Villancico.


Manu sintió un escalofrío.
El contraste de los símbolos reavivaba el rescoldo.
Era la llamada a los seres queridos que el pastor dejó atrás, a resguardo durante sus marchas invernales, para poder volver con provisiones que aliviasen sus carencias.
Para ellos era el acorde, oscuro como la noche, frente al chisporroteo de la hoguera, para espantar el frío de la sierra.
Un poco de calor humano junto al fuego, evocando el olor y el sabor de los dulces caseros o el gozo de la infancia lejana.
No hay sentimiento de unión más antiguo y más fuerte que el de encontrar unas manos que coger en medio de la soledad.
Poder llevar el muérdago de bienvenida, la leña del hogar, los cantos del aguinaldo o la luz de la Navidad, ocultos, muy apretados contra el pecho, como una candela bajo el fanal, haciendo de ellos un tesoro único y personal.
El sonido de un canto popular vibrando en el carillón, hundiendo sus raíces en lo más profundo del alma, abrazando lo que de eterno tiene el hombre.


Silencio….


El perro inclinó la cabeza hacia un lado y levantó un poco una de sus orejas sin perder de vista a su amo que se había puesto serio de pronto.
Intentó darle con la patita en la pierna para llamar su atención.
Ya había dejado las ovejas bien guardadas en el redil, y esperaba una caricia de aprobación junto a la hoguera que Manu había encendido en una esquina de la cabaña, sobre una piedra grande y plana, para calentar la cena.


- ¡No pasa nada, Boro! – reaccionó animoso Manu al ver la expresión del perro- ¡Tranquilo! Nosotros estamos bien, cerca de nuestro pueblo, aunque no podamos ir a comprar turrones ni a cantar con los otros chicos por las calles en Nochebuena.
El perro movió la cola con gran fuerza y velocidad. Sabía que su amo no se encontraba solo estando con él. Algo se le ocurriría para pasarlo bien los dos juntos en Navidad.


- Mira- le explicó Manu- Esta cajita que me trajo mi hermano Toño cuando vino con permiso de la mili, es un teléfono móvil, por si me ocurriese alguna emergencia.
Boro miró aquella “cosa oscura”, olfateándola sin comprender qué interés podía tener algo que no se comía.
¿Sabes lo que vamos a hacer?- preguntó el chico mientras Boro inclinaba más y más su cabeza de lado, concentrado en su gesto interrogante- ¡Mira!
Manu tecleó algunos números en el aparatito.


Ilustración de Jordi Ponce



Unos sonidos misteriosos acompañaban cada cifra que pulsaba.
Aquello tenía un aspecto extraordinario porque a su amo se le habían puesto los ojos chispeantes, y el perro le imitó de inmediato.
Su mirada cálida y húmeda se iluminó.



¡Oiga! – habló Manu por el aparatito- ¿Es la emisora de radio? Soy Manu, el pastor. Tengo 10 años y estoy en mi cabaña con mi perro, al cuidado de las ovejas. Me gustaría que, en Nochebuena, dijeran ustedes por la radio que me llamen otros chicos a mi móvil, para contarnos cosas divertidas. Así me sentiré más acompañado… ¡Vale, muchas gracias!



Boro movió el rabo con fuerza.
Le gustaba ver a Manu tan animado, aunque no entendiese muy bien qué geniecillo del bosque encerraba aquella cajita oscura y alargada.
El asunto era que su dueño estuviese feliz, porque de ese modo él también lo estaba, y no había que buscar más explicaciones.



- ¡Ven aquí Boro!- llamó el pastorcillo, acariciando la cabeza de suave pelo del perro- Vamos a tomar un poco de sopa caliente, que mañana con el alba tenemos que salir con las ovejas.



La noche era fría, oscura y desapacible presagiando la nevada.
Al fondo se oía balar a las ovejas en el redil.
El viento soplaba fuera racheado, pero en la cabaña calentaba el fuego.
Manu compartía con su perro un jarrillo de caldo caliente y espeso, una buena porción de pan de hogaza y unos trozos de queso fresco. La vida era maravillosa para los dos amigos.

La Nochebuena traería muchas, muchas voces de aliento, risas, sorpresas y compañía. De eso estaban seguros Manu, el pastor, y su perro Boro.
A las doce de la noche, cuando el silencio cubría los campos y caían los primeros copos de nieve, el carillón volvió a tintinear en la torre de la iglesia del pueblo las notas del viejo Villancico.



……” Ya se queda la sierra triste y oscura,
Ya se queda la sierra
triste y oscura…….”



Ahora, sin saber por qué, el eco de aquella música traía unos sonidos muy dulces.
Reflejaban en el canto navideño toda una carga de promesas para aquel niño que dormía, sonriendo, en la cabaña de piedra cubierta por el manto de la nieve, mientras su perro ovejero vigilaba en su puerta, atento a cualquier peligro que pudiera acechar a su dueño y sus ovejas.



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Original de Conchita Ferrando de la Lama (Jaloque)-


Publicado en Surcando Ediciona Word Press