miércoles, diciembre 26, 2012

LA PUERTA (Relato)


La puerta



Pura esperaba que llegase el metro que debía llevarles, a ella y a su acompañante, a la estación del Norte de Madrid.


Estaba un poco nerviosa, porque no había dicho en casa dónde iría esa tarde.

Rosa, su acompañante, hacía tiempo que venía cada tarde para acompañarla a salir a la calle.


Había sido idea de Rafa, su marido, pues el trastorno que Pura sufría desde hacía muchos años era leve, pero eran unas ausencias que ponían en peligro su seguridad ya que, por unos segundos, perdía totalmente la noción de las cosas y quedaba a merced de lo que pudiera pasar, sin sentido de la realidad.

Era algo con lo que había tenido que aprender a convivir desde su juventud, sin que los médicos supieran diagnosticar exactamente la causa de esas ausencias.


No eran debidas a ninguna enfermedad, ni tampoco eran crisis de epilepsia, como al principio pensaron, pero el resultado era que debía ir siempre con cuidado y bajo la tutela y compañía de alguien que cuidase de ella por si sobrevenía una ausencia, simplemente para evitar un accidente.


Durante años, en la familia se habían turnado para que no saliera sola a la calle y, gracias a esa constante compañía, habían podido evitarse accidentes incluso graves, pues Pura se había quedado en alguna ocasión quieta y ausente en momentos muy inoportunos como frente al tranvía que se acercaba y la hubiese atropellado si uno de sus hijos no la hubiese cogido fuertemente del brazo para hacer que se moviera de allí y cruzase la calle antes de que fuera tarde. En algunas ocasiones, cruzando la calle se había quedado desorientada entre los coches, que por fortuna la esquivaron y su marido o el familiar que la acompañaba habían podido guiarla hasta el otro lado.


En la propia casa hubo que decidir que no se encargase de cocinar, ya que estuvo a punto de abrasarse al tener una ausencia con el aceite en la lumbre y tratar de agarrar la sartén metiendo la mano dentro.

 

Todo aquello era solo ocasional. No se repetía con demasiada frecuencia, pero había ido marcando la vida normal de Pura y en su matrimonio ya era cada vez más frecuente que no acompañase a su esposo a visitas ni actividades sociales o profesionales, pues podía provocarse algún incidente poco oportuno o desagradable que cada vez se hacía menos soportable para su marido.

 

Poco a poco, Pura se quedó relegada a salir de compras o de paseo con alguno de sus hijos, e incluso con alguna anciana pariente o alguna criada de la casa.


Los hijos se fueron haciendo mayores, y salir con sus amigos o novios hizo menos fácil el encontrar tiempo para ir de compras o de paseo con regularidad con Pura, de modo que ella se quejaba de su situación.

Por eso Rafa, su esposo, apareció una tarde con una conocida, que al estar viuda hacía años, le había comentado que pasaba mucho tiempo sola y que le vendría bien un trabajo sencillo, como de acompañante de alguien de confianza que le resultase grato y le proporcionase unos ingresos.

 

Rafa presentó a Rosa con esa misión, que no desagradó a nadie de la familia ya que garantizaba una compañía segura, de una persona conocida y de confianza para Pura.

Así tendría libertad para organizar sus salidas todas las tardes con alguien que conocía su problema y lo que debía hacer en caso de que ocurriese alguna ausencia.

La edad de Rosa era muy parecida a la de Pura, y aunque solo sabía de ella lo que le fue contando en sus salidas de las tardes, parecía que se llevaban bien pues Rosa era una persona educada con la que se podía charlar de todo y pasar ratos agradables.

Las primeras semanas Rosa se ciñó a la planificación que solía tener Pura en sus salidas: ver algunas tiendas, pasear por zonas cercanas, tomar algún refresco o un café a media tarde, hacer algunas compras de ropas o algún regalo recorriendo las tiendas que Pura conocía… Todo muy normal y con un orden que permitía que la familia estuviera relajada y contenta de haber encontrado esa solución para que Pura no se sintiese encerrada en casa.

Cuando volvía de sus paseos traía buena cara, estaba contenta, y comentaba con la familia los sitios donde habían estado.

Sus hijos fueron tomando confianza con la compañía que Rosa hacía a su madre, y se sentían menos estresados por esa obligación que tantos años habían sentido sobre ellos de acompañar, vigilar y cuidar de ella en sus salidas.

Los estudios, la universidad, sus amistades y compromisos, habían hecho que sus vidas evolucionaran y ahora ya no tenían tanto tiempo para estar en el momento en que su madre les requería para salir.


El hijo mayor, que era el que más se había ocupado de llevar y traer a su madre hasta ese momento, estaba en la universidad y además tenía novia, con lo cual sus horarios eran ya bastante imprevisibles para contar con él.


La segunda, que acudía a un taller de grabado y pintura para ampliar sus estudios de Arte, salía también con un muchacho que la recogía después de las prácticas para dar un paseo, y la hora en que llegaba a casa ya no era muy apropiada para salir de compras con su madre, como solía hacer hasta ese momento.

 

Los pequeños aun estaban estudiando. Los deberes del colegio les quitaban mucho tiempo y les agobiaba un poco tener que prescindir de horas en su poco descanso para acompañar a su madre por las tardes a dar sus paseos hasta la hora de la cena.

Todo parecía solucionado al haber encontrado a Rosa, que debía estar bastante contenta con un trabajo tan ligero y agradable que le proporcionaba una ganancia fija, que sin ser mucha, era un alivio a su paga de viudedad.

Poco a poco, Rosa y Pura fueron ampliando sus salidas, y en ellas fueron incluyendo a algunas amigas personales de Rosa, que se unían a las meriendas en lugares ya bastante más alejados del circuito conocido de Pura.




Ilustración 1- de Ana Menéndez



Algunas tardes Pura apenas comentaba dónde habían estado porque, sencillamente, ella no conocía exactamente esos sitios y era Rosa quien la llevaba y guiaba todas sus salidas.

Rafa estaba tan encantado con tener libertad total para sus citas de negocios y sus cafés con amistades de trabajo o conocidos con los que poder salir, que apenas preguntaba nada.

Se daba cuenta de que Rosa siempre estaba a la hora para salir con Pura, y que se ocupaba de todo lo necesario para esas salidas, fueran de compras, de meriendas o de reunión con las amigas de Rosa.


Nunca iban a visitar a ningún familiar de Pura, pero eso no extrañaba a nadie pues, en una ciudad tan grande, las distancias marcaban mucho las visitas familiares, y era más frecuente el que viniese algún familiar a casa de Pura y Rafa, por la costumbre de hacer algunas cenas familiares en su casa de vez en cuando.

Tampoco la familia de Rafa y de Pura era numerosa y solían llamar solo de vez en cuando por teléfono.

 

Los exámenes de todos los hijos hacían cada vez menos habitual el que se hablase en familia de lo que Pura hacía por las tardes, y el verla distraída con sus paseos y salidas les fue confiando, con esa tranquilidad de pensar que todo estaba bien porque Rosa era muy amable y sabía muy bien hacerse valer en la familia.

No había motivos para otra cosa que no fuese estar relajados y cada uno atender a sus asuntos.

Así fue pasando cerca de un año, sin muchas explicaciones sobre Rosa o su vida, más que las que le contaba a Pura en las meriendas con algunas de sus amigas, que a Pura le sonaban a presunción bastante falsa, pero que tampoco le daba mucha importancia.

La organización de las salidas de Pura hacía ya tiempo que era totalmente a gusto y decisión de Rosa, pero ella no tenía tampoco mucha gana de decidir cada día dónde ir.



Aquella tarde, cuando Rosa llegó, todo el mundo había salido y Pura estaba ya esperándola para el paseo.

Se veía a Rosa un poco misteriosa y dijo a Pura que quería darle una sorpresa, de modo que ella la guiaría a un sitio interesante que a Pura le pareció un cambio de la rutina de sus salidas.


Tomaron primero el metro hasta la Estación del Norte, que ambas conocían bien porque de allí salían los trenes hacia la sierra donde solían ir en verano.

En el vestíbulo de la estación, muy transitado a esa hora, todo era un ir y venir de viajeros, y Pura se agarró al brazo de Rosa para caminar con más seguridad en el trasiego de gente, bolsas y maletas.

El andén donde se dirigieron le resultó familiar a Pura, aunque de allí salían trenes para diferentes pueblecitos de la sierra, y pensó que seguramente la sorpresa y el misterio tenían bastante que ver con eso, pues las amigas de Rosa también solían viajar algunos fines de semana al aire puro y fresco de la sierra madrileña.

Rosa apresuró el paso porque el tren estaba a punto de salir, y ayudó a Pura a subir, para que no fuese a tropezar con los escalones.

Se sentaron y de inmediato el tren arrancó. Rosa miraba a su alrededor como si buscase a alguien, pero no dijo nada.

El tren comenzó su recorrido y ambas se pusieron a charlar de cosas del diario de la vida, para pasar el rato

 

Cuando pasó el revisor, Rosa le entregó los dos billetes para que los comprobase y le preguntó cuánto tiempo tardarían en llegar a la primera parada, pues allí sería donde bajasen. El revisor le informó que más o menos en 20 minutos, y siguió su camino pidiendo los billetes a los viajeros.

Pura se moría de ganas de saber dónde iban, y se sentía a la vez bastante nerviosa e incómoda por no saber los planes de Rosa y por no haber avisado en casa que iban a coger un tren, pero es que no había nadie a quien decírselo en casa cuando llegó Rosa para recogerla y además, con su aire de misterio, tampoco había dado pistas sobre el viaje sorpresa que había decidido.

Pura le preguntó un par de veces por el plan que tenía y si se reunirían con sus amigas o qué tenía planeado hacer y dónde.

Empezaba a sentir una cierta angustia y un poco de mareo, pero no dijo nada.


Rosa repetía que, en cuanto llegasen donde iban, ella lo reconocería enseguida y pasarían una tarde estupenda con gente conocida, aunque sin revelar quienes ni dónde.

Pura ya llevaba un rato sin hablar y estaba arrepentida de haber permitido que Rosa tomase una iniciativa tan absurda sin consultárselo, pero no podía hacer nada pues hasta que el tren no parase era inútil pensar en volver a casa.

La sensación de angustia y de mareo provocada por los nervios, le hacía moverse continuamente en su asiento y Rosa le preguntó si se encontraba mal o si quería ir al servicio.

Pura le respondió que estaba un poco mareada, y que iría al servicio un momento.
Se levantó y recorrió el pasillo del vagón, que traqueteaba bastante y le hacía agarrarse en los respaldos de los asientos mientras avanzaba.

Llegó a la puerta del servicio y ya no vio a Rosa, que cuando ella se levantó para ir por el pasillo, la había seguido para ayudarle por si tropezaba. Se volvió con inseguridad y no la vio. Se sintió rara, y dio la vuelta para abrir la puerta que separaba el pasillo de la pequeña zona donde estaba el servicio y la puerta de salida del tren

 

Los trenes de esa línea de cercanías, en aquella época de los años 60 tenían unas puertas de tipo plegable, eléctricas, que se cerraban automáticamente cuando el tren se ponía en marcha y que se abrían con un pulsador cuando el tren paraba en las estaciones, pero había algunas que no estaban en perfecto estado y tenían fallos de cierre y, al pulsar el botón estando en marcha, se entreabrían creando una gran corriente de aire y un peligro si alguien se apoyaba en ella.

Pura no supo exactamente si el tren se movía mucho o si una ráfaga de viento le hizo tambalearse, y en ese momento una pequeña ausencia, seguramente provocada por su nerviosismo, le hizo perder el control de su cabeza y de la realidad. La ausencia fue breve…. O tal vez no tan breve…..


Cuando el viento le azotó violentamente la cara, Pura se encontró apoyada en la puerta plegable del tren, con ella casi abierta, y a punto de perder el equilibrio y caer al exterior.

 


 

Ilustración 2- de Laura Vazval

Algo le impulsó a cogerse muy fuerte a una de las zonas flexibles, por donde se plegaban, y un sentimiento de pánico le dio fuerzas para despejarse de su ausencia y dar un paso atrás, en lugar del paso hacia delante que estaba a punto de dar.


La fuerza con la que se agarró le hizo centrar toda su mente desorientada en ese instinto de conservación, pero le pareció ver una sombra a un lado suyo que pasaba hacia la zona que comunicaba con el pasillo.


Respiró hondo y, tanteando para no tropezar, se dirigió al servicio que era donde iba a entrar cuando ocurrió ese inesperado problema de su ausencia.

Entró temblando y allí intentó reponerse un poco, aunque no recordaba más que ese golpe de viento y que cuando volvió a la realidad estaba delante de la puerta al exterior, con sus pies al filo ya de la plataforma, y con la puerta casi abierta, a punto de perder el equilibrio hacia el vacío.

No pudo evitar un escalofrío y las lágrimas le inundaron los ojos.

Había estado a un décima de segundo de dar ese paso fatídico, y nadie la hubiese visto, porque todo el mundo iba en sus asientos a ambos lados del pasillo y la puerta que separaba el pasillo y los viajeros de la plataforma pequeña donde estaba el servicio, no era visible al estar cerrada

 

De pronto alguien llamó a la puerta y preguntó con una voz muy alta y alterada.


--Pura, ¿Estás bien?. ¿Te ocurre algo? Estabas tardando mucho en volver y me he asustado. ¿Necesitas que te ayude

 

Era Rosa, muy alarmada por su tardanza, y que por lo visto no había venido con ella a acompañarla cuando se levantó para ir al servicio, a pesar de que iba un poco mareada.

Instintivamente Pura le contestó que estaba bien.


Salió del servicio y volvió a su asiento acompañada por Rosa, que se deshacía en disculpas por no haberla acompañado.

Al cabo de muy pocos minutos llegaron a su destino y Rosa, muy solícita, ayudó a Pura a bajar del tren sin dejar de preguntarle si se encontraba bien y si necesitaba algo.

La sorpresa de la tarde ya había quedado muy lejos y Pura ya no tenía muchas ganas de aventuras, de modo que tomaron unos churros en una cafetería cercana a la estación con las amigas de Rosa que estaban pasando unos días allí, y después de dar un paseo por el centro del pueblo, sin mucha gana, volvieron a coger el tren de regreso a Madrid.

 

Cuando llegaron a casa, Rosa le preparó una infusión y comentó a los hijos de Pura, que ya habían vuelto por ser la hora de cenar, que Pura debía haber cogido un poco de frío y se encontraba algo cansada, pero que lo habían pasado muy bien por la tarde tomando unos churros con sus amigas.

Cuando llegó Rafa, el marido de Pura, apenas se dio cuenta de la mala cara que tenía su mujer, y en cuanto cenó algo ligero, dijo que saldría con unos compañeros de trabajo para ver juntos unos proyectos tomando una copa en el centro.

Era mejor que Pura descansase abrigada y que durmiera pronto para que el catarro no le fuese a dar fiebre.

Nunca habían visto los hijos a su padre tan alejado y tan despreocupado por su madre, y cuando él se marchó lo comentaron entre ellos y fueron al dormitorio a ver cómo estaba Pura, para hacerle un poco de compañía.


Se la encontraron con una cara tan mala que les preocupó.
Ella decía que solo era cansancio, pero esa expresión no cuadraba con un simple cansancio ni un resfriado y, sentándose al borde de su cama le empezaron a preguntar lo que le pasaba.

Pura no era capaz de hilar bien sus pensamientos y su palidez preocupó a sus hijos.

 

El mayor miraba con una expresión de culpa por no haber estado algo más atento a su madre, y la hermana se acercó a su madre y se dio cuenta de que algo había ocurrido y ellos ni siquiera sabían lo que le estaba pasando porque estaban solo atentos a sus asuntos y habían olvidado lo que su madre necesitaba.

Cogió las manos a Pura y dulcemente la tranquilizó para que confiase en ella y contase lo que le ocurría.

Pura no se atrevía a relatar lo sucedido, porque había sido una irresponsabilidad suya haber ido a coger un tren sin saber a dónde, sencillamente manipulada por Rosa, sin haberse impuesto con sensatez para evitar cualquier percance. Y sin decir nada en casa.

Finalmente, con palabras entrecortadas y con un hilo de voz, les explicó lo que había pasado y su enorme susto al encontrarse a punto de caer del tren con la puerta medio abierta y sin saber cómo había podido pasar eso.


Ilustración 3- de Ana Menéndez

Sus hijos se miraron entre ellos y un gesto de gran preocupación se les dibujó en los ojos, aunque no dijeron nada.

Le pidieron a su madre que recordase sin prisa, sin miedo, con la mayor fidelidad posible de todo lo que le viniese a la mente. Los detalles fueron saliendo, poco a poco.

La reconstrucción, hecha entre todos sobre el relato de su madre, fue dejando al descubierto una terrible sospecha.


No le quisieron comentar lo que todos estaban pensando sin decirlo.

Le aseguraron que se ocuparían de que ella no tuviese que estar constantemente dependiendo de que una persona ajena la llevase por las tardes a pasear y a distraerse un poco, pero que descansara y durmiera que ellos lo arreglarían todo.

Cuando Pura se quedó dormida, los hermanos mayores empezaron a atar cabos sueltos.

Aquella amable señora que se ocupaba de salir todas las tardes con su madre era un perfecta desconocida… aunque la trajo su padre con muy buenas maneras, como una conocida suya.

 

Todos recordaron, de pronto, un montón de llamadas de teléfono en las que, al cogerlo ellos, una voz suave femenina preguntaba por su padre pero no dejaba recado.

El mayor había sorprendido una conversación de su padre en el despacho, muy enfadado por teléfono, diciendo que no le agobiase, que no podía ser lo que ella quería y que tuviese paciencia que recibiría dinero en breve. No le dio importancia, porque los negocios de su padre le ponían al habla con mucha gente, pero ahora…


Reconstruyeron el relato y el mayor, con una seguridad absoluta, dijo a sus hermanos:


-Mañana hablaremos con papá, pero sin contarle todo. Solo que Rosa descuidó a mamá y que ella estuvo a punto de caer del tren, pero sin más detalles. Papá debe despedir a Rosa, porque ya no nos fiamos de ella en absoluto.

 

Su hermana, muy seria y con lágrimas en los ojos, añadió:

-¿Os dais cuenta de que, si hubiese tardado mamá un segundo más en volver de su ausencia habría caído del tren en plena marcha? ¿Hay un crimen más perfecto que ese? Nadie hubiese pensado más que la puerta se había entreabierto por casualidad y que ella, estando cerca, había caído por el movimiento del tren. Un accidente muy desafortunado.


-No habría forma de que, estando mamá con una ausencia, hubiese pedido ayuda porque no se estaba dando ni cuenta, y tal vez, solo digo que tal vez, durante esa ausencia alguien pulsó el botón de la puerta y la abrió lo suficiente como para que pudiera caer alguien que estaba cerca.





Ilustración-4 de Laura Vazval

-Mamá estaba muy cerca porque iba al servicio…¿Quién nos asegura que no hubo una mano que la dirigió, durante esa ausencia, hacia la puerta entreabierta?


Una duda horrible se iba apoderando de los cuatro hijos, aunque ninguno se atrevía a expresarla con palabras.

 

¿A quién beneficiaría esa muerte?

Ninguno quiso pronunciar esas palabras que les helaban el corazón, y solo el futuro podía traer la explicación de esa pregunta, pero para eso habían de pasar meses o años. Y tal vez nunca lo supieran…

Original de Conchita Ferrando de la Lama
Publicado en Surcando Ediciona
(Todos los derechos reservados)



martes, diciembre 18, 2012

EL TIEMPO DE LOS NARDOS

El tiempo de los nardos



Dime que deseas
que llegue el tiempo de los nardos.
Dime que deseas
Respirar de mis colores.


Dime que deseas

perderte, azul, en mis abrazos.
Dime que deseas
soñar entre mis flores.

 
Dímelo, dilo y no lo calles
porque yo lo he callado
mucho tiempo.

 
Díselo al viento y a los mares
porque en ellos guardé
mis pensamientos.


Dime que deseas

que tu pecho huela a nardos.
Dime que deseas
sentir nuestros amores.


Dime que deseas

perderte, azul, en mis abrazos.
Dime que deseas
revivir dos corazones.

 

Original de Conchita Ferrando (Jaloque)

Todos los derechos reservados