domingo, abril 07, 2013

DOS CORONAS MURALES POR CARHAGO NOVA

Dos coronas murales por Carthago Nova.




Un joven de veinticinco años se levantó en medio de la Asamblea de Roma y exclamó con arrogante acento:
“Yo soy Escipión. Pido ser nombrado Procónsul en la Hispania. Seré el vengador de mi familia y del nombre de Roma. Ante las tumbas de Publio, mi padre, y Cneo, mi tío, prometo que sabré ganar victorias. Tengo todo lo que se necesita para vencer”

Y Publio Cornelio Escipión fue nombrado Procónsul.

 

¿Quién era ese orgulloso y prepotente joven?

¿Era tan solo un miembro de una prestigiosa e influyente familia que forjó sus laureles militares muriendo en batallas en suelo hispano?

¿Había algo más en él?

A lo largo de la historia y la leyenda, los grandes personajes lo han sido siempre por ese “algo más”.
Ese “algo más” es lo que, quien persigue la leyenda, debe tratar de descifrar, puesto que siempre deja una huella en la que están el porqué y el cómo que explican por qué logró lo que nadie habría imaginado.
Todo personaje de leyenda se mueve en el mismo terreno que la mayoría de mortales, pero no de la misma manera ni con los mismos recursos.
Ellos lo aprovechan todo por su gran capacidad, intuición, perseverancia y un don especial para “la puesta en escena” que supera todo lo concebible.
En esta historia-leyenda coinciden dos grandes personajes, parecidos, contemporáneos y enemigos a muerte: Publio Cornelio Escipión y Aníbal Barca. Uno de los dos debía vencer al otro
Ambos vivían en un convulso mundo en crisis de poder.
Aníbal en la cumbre de poder de una Carthago que había logrado extenderse a ambos lados del Mare Nostrum y que pretendía, desde ambos lados, hacer una tenaza para asfixiar a Roma, su gran competidora, desde su nueva base en la península Ibérica: Quart Hadast, tan bien fortificada por Asdrúbal, convertida en “taller de guerra” para Aníbal, que había jurado “odio eterno a los romanos”.
Comenta Polibio que Escipión tenía fama de una gran madurez en sus decisiones desde muy joven.
Pertenecía a una familia políticamente muy influyente y adoptaba poses de gran personaje allí donde iba.
Su voz era uno de sus fuertes cuando hablaba en público. Era de un tono profundo y llamaba la atención por su gravedad y fuerza.
Le gustaba fomentar ciertas leyendas que corrían sobre las excepcionales circunstancias de su nacimiento, referentes a que nueve meses antes de nacer, se vio a un gran dragón en casa de su madre.
Era muy introvertido y mantenía las distancias en su modo de actuar.
Subía con frecuencia al Capitolio, haciendo creer que conversaba con Júpiter.
Respetaba las leyes… o se reía de ellas según conviniera a sus propósitos.
¿Cómo iba a desaprovechar el poder utilizar todo este ambiente de culto a su persona, unido a su inteligencia, en la misión más importante de su vida?
Sabía que, para vencer a Aníbal, tendría que apoderarse antes de su base fuerte de Quart Hadast (Carthago Nova).
El momento justo llegó cuando Aníbal, para vencer definitivamente a Roma a la que tenía ya a su merced, se alejó de su gran fortaleza, donde tenía todo su arsenal de guerra, sus grandes riquezas a buen recaudo, los rehenes de todos los caudillos iberos sometidos y una ciudad inexpugnable rodeada de mar por todas partes, excepto por un pequeño istmo fortificado.
No imaginaba Aníbal que Escipión estaba muy bien informado de toda esta situación, a través de los nativos que debían pacto a Roma.
Solo había una forma de vencer a Aníbal: que se alejase de su ciudad fortificada de Quart Hadast confiado en que nadie la atacaría, en un momento en que los otros tres ejércitos cartagineses estaban distantes, en misiones distintas a más de diez días de camino, y no llegarían a tiempo de ayudar a los que quedaban en Quart Hadast.
Esto requería una enorme paciencia, una planificación minuciosa y fría, y una rapidez de ejecución perfecta y medida para caer sobre la gran metrópoli de Carthago Nova sin que Aníbal lo sospechase y en tiempo record para que no diese tiempo a ninguno de sus ejércitos alejados a correr en su auxilio.
Para eso tenía que descubrir el “talón de Aquiles” de la inexpugnable Quart Hadast, la ciudad de Aníbal.
Se jugaría el todo por el todo ya que, si no conseguía conquistarla en ese tiempo, por sorpresa, sin que pudieran reaccionar con suficiente fuerza sus defensores, la batalla final por el poder entre Roma y Carthago habría terminado con la victoria total de Carthago sobre Roma.
La historia juzgaría.

Escipión, con un ejército bastante numeroso, desembarcó en Tarraco.
Allí esperó a la primavera en la que sabía que los ejércitos de Aníbal se alejarían de la base para solucionar asuntos de supervisión de los territorios.
En su plan, totalmente secreto, solamente contaba su gran amigo y almirante de la flota, Lelio, pues la complicidad entre ambos era vital para la victoria.
Nadie debía sospechar lo que realmente se proponía Escipión, pues nunca se sabe quien podría dar el aviso a las tropas de Aníbal y eso desbarataría totalmente el plan de ataque y supondría la terrible reacción del mismo y de sus ejércitos cercanos, quedando cercado de espaldas al mar por un ejército mucho mayor al suyo y derrotados para siempre.
Trazó un itinerario desde Tarraco hasta Quart Hadast que debería recorrer él con su ejército por tierra, en jornadas rápidas, casi en paralelo al que seguiría la flota mandada por Lelio en días posteriores, para confluir ambos ejércitos al tiempo, frente a Quart Hadast (Carthago Nova).
Tenía, Escipión, un buen servicio de informadores nativos que le habían puesto al corriente de las mareas y reflujos de la zona donde se encontraba la ciudad, parecidos a los que los pescadores de zonas cercanas, como Sagunto y el delta del Ebro, conocían con detalle.
Había una época en que esos reflujos se hacían más intensos combinados con ciertos vientos que los pescadores conocían, pues en esos momentos el Lago o Almarjal se podía vadear por ciertos lugares.
Escipión solo tuvo que atar cabos y reunir la máxima información sobre la zona pantanosa del Almarjal, que guardaba la espalda de Quart Hadast (Carthago Nova) por el norte.
Su puerto era el mejor de todo el Mare Nostrum, envidiado por todos los pueblos de entonces, y a eso se unía la gran riqueza mineral de toda esa zona, básica para la maquinaria de guerra.
Además, allí había reunido Asdrúbal toda la riqueza de sus botines de guerras triunfantes en la península ibérica, y había construido en lo alto de una colina un gran palacio o ciudadela donde reunió a varios cientos de caciques nativos como rehenes políticos de gran categoría, en prenda de pactos de paz. Había también 15 senadores de Carthago
El arsenal de guerra del ejército cartaginés se guardaba también en la ciudadela de Quart Hadast.
Era la más codiciada joya. Lo reunía todo, incluso unos campos fértiles que la rodeaban, capaces de abastecer de alimentos a las ciudades aledañas y al ejército.
Guarnecían la ciudad en esos momentos 1.000 soldados, confiados en su inexpugnabilidad, que Aníbal había confiado a su general Magón.
También se armó a muchos artesanos de los que trabajaban en la ciudad, al menos con armas suficientes para su defensa en caso de gran peligro. El resto de la populosa ciudad debería estar como refuerzo en los lugares donde se les necesitara si llegaba el momento, pero no estaban adiestrados para la guerra. En total en la ciudad había unas 2.000 personas
Aníbal había dejado todo bien preparado para que su ausencia no fuese un reclamo para el enemigo.

Lelio era, además de almirante de la flota, un guerrero muy inteligente, maduro y dominador de técnicas en el mar y en tierra.
Su amistad con Escipión formaba un equipo que funcionó en secreto y con eficacia
Lelio admiraba en el joven Escipión la combinación de la inteligencia aplicada que aprovechaba el elemento teatral para sus planes.

Cuando Escipión llegó delante de Quart Hadast, situó su ejército cerca de sus altas y fuertes murallas frente al mar, en el lateral donde estaba el istmo, junto a la colina de Ares, para tener más terreno donde poder montar el campamento y tener más movilidad con sus tropas.
Escipión reunió a sus soldados, antes de la batalla, y les habló en tono profético anunciando que los dioses Neptuno y Boreas habían prometido su ayuda con un prodigio que abriría aquellas aguas para que ellos pasaran.
El rumor se extendió entre la tropa. Todos consideraban a Escipión como un gran militar y en cierto modo cercano a los dioses que siempre le protegían y con los que se comunicaba.
Se porte, su inteligencia, su voz grave y poderosa, su valentía y estrategia en el combate, le hacían parecer un elegido.
Escipión formó un destacamento con 500 hombres de su confianza y lo reservó para el final de su plan secreto.
El día era claro, radiante. Parecía una locura un ataque con esas condiciones
Las naves de Lelio ya habían llegado y estaban dispuestas y bloqueaban la bahía frente a la muralla principal de la ciudad, alta e imponente.
Escipión dirigía el ataque desde una zona apartada, dominando la escena desde una colina cercana a la de Ares.
En su mente dos opciones: una, la de ganar esa complicadísima batalla que había diseñado con ataques terribles a las murallas, por mar y por tierra, y la baza secreta del ataque oculto por el Almarjal o lago de la zona posterior, si era posible.
Otra, la de que la superioridad de la fortaleza, a pesar de estar con poca guarnición, fuera tan eficaz que ellos no pudieran abrir ninguna brecha, y por tanto se encontrasen en una ratonera con el mar a su espalda, atacados por otros aliados cartagineses cercanos que les encerrarían. Entonces las naves de Lelio serían su salvación para embarcar lo que pudiese de su ejército y salvarlo.
Lelio comenzó un ataque frontal desde el mar, al tiempo que Escipión mandó a 2.000 soldados contra la puerta principal de la muralla, la más cercana al istmo.
La altura de las murallas era enorme, pero la fuerza del ataque de los romanos lo era también.

Los defensores se concentraron en esa zona de muralla, mientras Magón se quedó con 500 soldados para defender la ciudadela donde se guardaban los tesoros, los rehenes, los senadores y las armas.
No esperaban los cartagineses de Quart Hadast un ataque en esos momentos.
El gobernador Magón mandó a sus mejores soldados salir por la puerta para impedir que toda esa tropa lograse asaltarla y entrar a la ciudad.
Las escalas que usaban los soldados romanos para trepar la muralla, por largas que fueran, no llegaban a lo alto y se rompían con el peso de varios soldados subiendo.
Las que lograban colocarse bien, por la verticalidad, eran empujadas desde arriba y caían fácilmente.
Los soldados de Magón salieron por esa puerta atacada, con furia, y persiguieron a los soldados de Escipión logrando que huyesen y se replegaran en su campamento.
Un error, pues Escipión sacó tropa de refresco y los cartagineses tuvieron que retroceder hacia la muralla, lejos de la puerta de la ciudad, con grandes bajas y en desorden.
Se atropellaban para entrar por tan estrecho lugar. Muchos murieron aplastados.




Escipión tenía prisa: volvió a ordenar un nuevo ataque a lo largo de toda la muralla principal.
Parecía increíble que mandara a tantos soldados por un sitio tan inexpugnable y fortificado, pero tenía en su mente un plan muy concreto, solo conocido por él y por Lelio, que con su escuadra mantenía bloqueado el puerto y disparaba en altura contra la fortaleza.


Al atardecer, tal y como Escipión había pronosticado a sus soldados, se levantó un viento racheado “maestral”.

 

Era el momento esperado. Si salía bien, entrarían en la Leyenda.


Escipión dio orden a sus 500 soldados elegidos para que se dirigiesen al lado opuesto de la muralla, a espaldas de la ciudad, en la orilla del lago, frente a dos de las colinas que cercaban la ciudad, Hephaistos y Asklepios y que se internasen en el agua sin temor, pues el dios Boréas estaba soplando para que las aguas retrocedieran y ellos pudieran vadearlo y llegar a la parte de atrás de la muralla, que estaba poco protegida al no esperar ningún ataque por esa zona.
Los soldados obedecieron ciegamente a su general y se introdujeron en el lago, caminando con el agua hasta el pecho hacia las murallas posteriores de la ciudad sin ser vistos, a través del Almarjal.
Pudieron colocar las escalas sin que les descubrieran y escalar la muralla sin apenas encontrar defensores en ella.
En esos momentos, por el lado opuesto, Escipión ordenó un nuevo ataque aun más fuerte contra las puertas de la muralla central, ayudado por los disparos de la flota, y con sus legiones en formación de tortuga cubiertos por sus escudos.
A ellos se unieron las fuerzas de los barcos del almirante Leilo, con él al frente, que reforzaron a los que trataban de abrir brecha en la muralla.
A hachazos, furiosos, intentaban romper y derribar la puerta que se les resistía.
Los defensores, que ahora eran escasos en comparación con la fuerza que les atacaba, acudían a toda la zona delantera en desorden, y se encontraron con que ya, por la muralla trasera, habían entrado soldados romanos y estaban intentando abrir las puertas a los invasores de fuera.
Todo se precipitó. Los soldados se mezclaron unos con otros en una lucha atroz, sin cuartel.
La matanza, una vez que lograron entrar en tropel los soldados romanos, fue sangrienta, cruel, sin misericordia para los defensores, que en su mayoría eran ciudadanos civiles, pero que intervinieron en la forma que podían para impedir el asalto.
Magón intentó defender la ciudadela, con menos de 1.000 soldados, pero ya era imposible. La masacre se había extendido por toda la ciudad y decidió rendirse.


Escipión había ganado para Roma la supremacía en el Mare Nostrum, a través de Hispania, en Quart Hadast, que desde ese momento los romanos llamarán Carthago Nova.


La matanza propia de las leyes de la guerra de entonces, cesó por orden de Escipión al serle entregada la ciudadela, donde se había refugiado el gobernador Magón y en cuya fortaleza se hallaban, entre otros notables, las hijas de Indivil y la joven esposa de Mandonio, caudillos enemigos suyos a las que respetó y liberó junto a otros nativos allí refugiados.
Su deseo, en la hora de la victoria, era ganarse el favor de los notables hispanos que estaban en la fortaleza, y en lugar de hacerles sus esclavos, los liberó restituyéndoles sus bienes.
Ya era dueño de la ciudad-fortaleza de Aníbal, de su emporio comercial, su almacén de provisiones, su arsenal, sus rehenes y su cofre de fabulosos tesoros.
Llegado el momento de los honores a los soldados que destacaron en la batalla, como era costumbre, se dio la circunstancia de que un marino y un centurión rivalizaron en el honor de ser el primero en la toma de la ciudad. El primero en el asalto final desde la muralla del mar; el segundo en haber escalado la muralla por la parte de detrás.


Escipión mandó que se dieran, de manera excepcional, sendas coronas murales, símbolo del triunfo, una a cada uno de los combatientes, delante de todo el ejército. Hecho insólito que no se volvió a repetir jamás.

 

Carthago Nova bien valía dos coronas murales

 

El dominio de Roma sobre Carthago se firmaba al dejar a Aníbal, sin su plaza fuerte, aislado en Italia.




Original de Conchita Ferrando de la Lama (Jaloque)

Ilustración de Pilar Puyana


Publicado en Surcando Ediciona Word Press
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