MINA DIÓGENES: Un cuadro a la acuarela

Aquellas suaves lomas abundantes de encinas , almendros,
robles y jarales parecían un cuadro puntillista
en verdes, ocres y amarillos.
Lomas que se iban empinando enseguida por las
estribaciones de la sierra de Mestanza, y por sierra Madrona,
como primera barrera montañosa, serrania de Solana, .
Después, casi a la vista, la barrera de montes grises oscuros
que asomaban por detrás, la sierra de Andujar,
con sus cotos de caza mayor y sus pinares.
Era un campo de temperatura amable,
con rebaños de ovejas abundantes, con caza de jabalíes,
ciervos, algunos zorros, abundantes perdices y conejos,
y muchas flores silvestres y arbustos de flor en primavera.
El montón de estéril gris azulado era el punto de contraste
en esa gama de colores verdes, pardos y plomizos.
Las torres de hierro de los pozos de la mina formaban
parte de la vida y del trabajo, y su silueta anunciaba
que allí había un fuerte campo de extracción de mineral,
repartidos por las bocas de los pozos principales y
en los cerrillos cercanos, comunicados bajo tierra
o convertidos en auxiliares.
A la espalda, en una cota más baja, el azul pantano
de Montoro, bien encajado entre el sinfín de
curvas de la carretera que lo bordeaban,
con su gran laguna central y sus lenguas de agua
transparente, llenas de pesca.
Diógenes era una mina de interior, única por sus
caracteres y por sus circunstancias.
Ya había sido explotada por los romanos, y seguramente
antes de éstos, por otros pueblos primitivos de la zona.
Por la angostura de las zonas cortadas, se pensaba que
tal vez utilizasen niños para desplazarse por aquellas
galerías tan estrechas, o tal vez enanos, que trabajarían
sin ver el sol ni salir de allí en semanas, con aire irrespirable.
Era increíble la profundidad en que se cortaron estos minados,
encontrándose en ellos restos de vasijas, herramientas abandonadas,
señales de actividad por muchos sitios inalcanzables para
un hombre de estatura normal, a cotas muy profundas.

Mina Diógenes estaba situada en un valle privilegiado, el Valle de Alcudia,
por clima, caza, pesca, ganadería y paisajes.
Enclavado en la confluencia de tres provincias: Ciudad Real (Norte),
Córdoba (oeste) y Jaén (Sur), que se entroncaban entre si
en una zona de microclima templado, pero con humedad
de lluvias suficientes para hacer fértil y verde de arbolados ese valle,
con inviernos no excesivamente fríos, aunque con alguna nevada,
y con veranos sin excesivo rigor caluroso, por la proximidad
de las cadenas montañosas de sierras no muy altas,
de ramales paralelos que lo resguardaban .
La explotación era de galena argentífera, con una ley
de las más altas de plata, con un filón delgado, tipo serpentina,
que a veces se adelgazaba hasta casi perderse, oscilaba,
jugaba al escondite, pero siempre ofrecía una galena pura
con una calidad de plata que merecía la pena esa búsqueda diaria,
galerías abajo, cada vez más profundas, hasta llegar a los 740 metros.
Las instalaciones eran modernas y, dentro de lo que en una
mina de interior cabe, muy seguras.
Las herramientas de los frentes de extracción, perforaban
con chorros de agua para evitar el polvo que produce la silicosis.
La ventilación, mediante dos antiguos pozos que hacían
de entrada y salida natural de aire, garantizaba una buena calidad.
Las vagonetas, sobre vías bien trazadas, la jaula grande,
que transportaba a los hombres y al mineral, la galería principal,
ancha y bien iluminada… Todo lo que se podía pedir
a una moderna explotación muy técnica
y segura dentro de minería e interior.
Así lo pinté a la acuarela, unos años después de marchar
de allí a tierras muy distintas, al borde del mar de levante.
El cuadro fue un encargo de la Dirección General
de la Empresa minera, para sus despachos de Madrid.
Esta acuarela formó parte de una exposición
que hice, ya viviendo en Cartagena.
Mina Diógenes , una mina de plomo argentífero
de una empresa muy importante, fue parte de una
época de mi vida, un gran contraste para una madrileña
como yo, verse en medio de la naturaleza y del campo,
de sorpresa en sorpresa, conociendo un nuevo modo de vivir.
Ya no existe esa mina. Se cerró hace años,
pero sigue existiendo en mi cuadro, en alguna sala
de reuniones de una empresa minera, y sobre todo en mi vida.
( Fotos y cuadros propiedad de la autora )
Conchita Ferrando de la Lama
Dedicado a Jorge Darlington Rivera
( Ingeniero de Minas)