¿Qué misterio nos permite soñar?
¿En qué momento de la evolución del ser vivo saltó esa chispa?
No podremos nunca contestar esa pregunta, pero todos tenemos la sensación, innata en nuestros genes o nuestra conciencia, de que soñar es lo más parecido a un reflejo de ese “ser superior” que marca el origen de la creación del hombre como humano.
Nos acerca a lo divino o al menos nos recuerda que “algo” nos hace humanos.
Cuando somos capaces de imaginar… de soñar… nos salen alas en el cerebro, o en el alma, y nos llevan en su vuelo invisible hacia lugares que jamás podríamos ni presentir, pero que en ese momento son reales, alcanzables, maravillosos o dramáticos….
Todo es posible. Volamos al infinito.
Llevamos la claridad en nuestras alas y nos abrazamos a la zona oscura sin el menor temor, pues no hay más latido que el de nuestro sueño y el infinito nos permite jugar con las sombras y las luces….
Abre en ese momento sus alas la mariposa roja de los sueños…
La materia de los sueños se impregna del polvillo dorado de sus alas rojas de fuego y sol para llevarnos arriba, a lo alto; lejos… muy lejos de lo que arrastra la tristeza, la infelicidad, el desamor… y todo resplandece entre rojos y dorados luminosos…
¿Dé que está hecha la materia de los sueños?
Tal vez de misterio acumulado a lo largo de los cientos de siglos de la memoria del hombre….
Tal vez de un soplo divino del más allá que palpita muy cerca…
Original de Conchita Ferrando de la Lama (Jaloque)
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