martes, noviembre 05, 2013

EL VIENTO DEL LOCO (Relato)

Publicado en Surcando Ediciona Word Press
Autora: Conchita Ferrando de la Lama (Jaloque)
Ilustración de Paloma Muñoz
Todos los derechos reservados


EL VIENTO DEL LOCO

El sol era tibio en febrero.


Para aprovechar la hora de la siesta, Teresa daba una cabezadita en la hamaca del jardincillo trasero de la casa, en un pueblecito de la zona del Mar Menor.

Teresa ya no era tan joven como cuando llegó a aquella preciosa casa, grande y lujosa, con un jardín lleno de plantas y arbolado, que llevaba por nombre en su fachada “La Casa del General”.



El frío le calaba ahora los huesos con el viento desagradable y racheado del norte. Se metió dentro de la casa y encontró un periódico en la consola de la entrada con un titular que la dejó inmóvil:



“Aparece ahorcado un famoso constructor de la zona

en una casa del campo medio derruida”



Teresa buscó con afán el nombre de ese constructor y una multitud de recuerdos le llenaron la memoria.



¡Cómo puede ser que la vida dé tantas vueltas!

El viento parecía haber hecho una anónima justicia tras muchos años… La vida siempre nos sorprende.



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En la zona costera mediterránea los vientos marcan la vida y las actividades de las gentes, que ya los conocen.

Les dan nombres tan poéticos como viento levante, viento maestral, viento leveche o viento jaloque por la orientación de donde soplan y por los beneficios o destrucciones que provocan cuando soplan con furia.

Las consultas de los médicos de los pueblos de la costa saben de pacientes con dolores intensos de cabeza, mareos, cambios de humor, accesos de ira etc… cuando soplan algunos de ellos, como el leveche o el maestral.



Cuenta la historia que uno de estos vientos, en la época en que soplaba con furia, lograba unos fuertes reflujos que retiraban el agua de algún mar interior y que, de los pescadores que los conocían, aprendió Escipión la época y momento oportunos en que este reflujo dejaba poco profundo el mar interior de Mandarache, que protegía por la espalda la ciudad de Carthago Nova, lo que permitía durante unas horas vadearlo sin perder pie. Esto facilitó su ataque inesperado a la ciudad a través de ese mar de Mandarache y poder conquistarla por sorpresa.



Alguno de estos vientos es muy benigno y buscado por los navegantes, como el viento de jaloque, que es fresco y sopla suavemente al atardecer, de procedencia sudeste, por lo cual ayuda a los navegantes a llegar a puerto.

Dicen, y esto es leyenda, que el jaloque con su suavidad fresca y dulce inspira a los poetas, pero esto es leyenda… o tal vez no solo leyenda.



El viento maestral, por el contrario, sopla procedente del noroeste, y siempre es bronco.

Cuando sopla siempre ocurren desgracias, sobre todo en las mentes que están un poco desequilibradas, provoca su delirio, incluso su locura, por lo que los crímenes y los suicidios no son raros en esos momentos. Al maestral por allí le llaman “el viento de los locos”

Eso lo saben muy bien los jueces que tienen que ir a “levantar” los cadáveres, incluso de dos en dos o de tres en tres en el mismo día, cuando sopla el maestral.



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Era una época muy conflictiva y complicada, de transición del boom del ladrillo, cuando las construcciones crecían como setas en las playas de esa zona, con toda la especulación y los negocios opacos, sucios e incluso delictivos que llevaban consigo estas urbanizadoras salvajes, que nacían, construían y desaparecían tras sus negocios opíparos sin dejar más que amontonamientos de casas y destrucción de parajes naturales.



Juan era uno de estos especuladores que, de ser un simple albañil de chapuzas, pasó a ser un contratista constructor y promotor de casas en las playas cercanas, y luego a ser un afamado hombre de negocios basados en dinero negro, trampas, engaños y fraudes con los materiales de las casas que fue construyendo acá y allá.

Todo pareció sonreírle. Se hizo rico y comenzó a hacer ostentación de su riqueza, aunque cada vez era peor persona.

Construyó sin permisos, en terrenos prohibidos pero que estaban cerca del mar y se vendían fácilmente a incautos.

Las costas del sur y el Levante español han sido y son una buena muestra de este modo de actuar.

Su casa, un chalet al estilo Hollywood, enorme, de varios pisos, con jardines, césped con regadores (en un sitio donde escaseaba el agua), tenía habitaciones enormes donde los invitados entraban y salían sin casi conocerle y donde su familia gastaba y gastaba sin preocuparle el día de mañana.

Cada casa donde se mudaba a vivir era mayor y más lujosa que la anterior.

En ellas no podía faltar una gran piscina, con adornos bien horteras alrededor y, siempre, con un trampolín. En cada nueva casa el trampolín era más y más alto. Como decía él: “para llegar al cielo”.

Las gentes de los alrededores, que le conocieron de albañil de chapuzas, le llamaban Manolo “el trampolín”.



Sus deudas iban siendo cada vez mayores que sus ganancias, pero él se sentía superior a todos los bancos y sus avisos de embargos, a sus acreedores, a quienes ya no se fiaban de él, a quienes le denunciaban por fraudes y delitos… a todos.



Llegaron los embargos, los juicios, la caída de la época del boom del ladrillo, la pérdida de todos esos bienes mal adquiridos… y se fue quedando solo, cada vez en sitios menos lujosos.

Su carácter se hizo irascible, sobre todo los días en los que el cielo se ponía gris y el viento racheado le susurraba en la cabeza malos pensamientos.

Su familia le abandonó. Ya no le aguantaban los malos tratos, la violencia y las amenazas…



Desapareció un buen día de su última casa, una de las primeras que construyó, y nadie sabía donde había ido a esconderse de la justicia, que le reclamaba muchísimo dinero por fraude.

La justicia buscó sin resultado a aquel constructor que había dejado detrás santísimas deudas, y un montón de edificios y casas al borde del mar construidas con materiales malos, que se llenaron de grietas por la humedad en poco tiempo, y que, poco a poco, se irían viniendo abajo, para desesperación de quienes las compraron.

Teresa había envejecido también, lejos de aquellas casas junto al mar que fueron orgullo de la costa cuando se llenaron de nuevas familias e ilusiones fallidas.

Ella seguía en su casona, ahora con el techo algo desvencijado, tras años de lluvias de “gota fría” y vientos cada vez más irregulares. Las escaleras mostraban la falta de algunos trozos de la barandilla de forja, pero el letrero de la fachada, un poco agrietado y medio borroso, seguía indicando: “La casa del general”.

Sus recuerdos no se habían agrietado y ahora le trajeron a la memoria aquel día en el que unos albañiles vinieron a restaurar unas losas del suelo del recibidor de la casa que se habían levantado por la humedad y las filtraciones de las lluvias de aquel año.



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Ella entonces era joven. Sus hijos estuvieron jugando con las losas que fueron sustituyendo los albañiles, hasta la hora de comer.

Cuando volvieron, algo había aparecido allí, debajo de las losas.

Los niños la avisaron entre juegos y risas. Encuadrado por unos trozos metálicos parecidos a restos de cuchillos largos, había un trozo alargado de madera negra, labrada, con una empuñadura sucia, ennegrecida, pero que brillaba a la luz del sol con destellos dorados.

Estaba colocado cuidadosamente, como en una posición estratégica especial, mirando hacia occidente.

Teresa lo sacó con cuidado y lo limpió un poco para investigar luego lo que podría ser.

Parecía un bastón de madera negra muy tallada, con un pasador que parecía de oro y una empuñadura muy labrada y cincelada; pesada y gruesa que parecía de oro.



¿Por qué alguien habría enterrado allí ese bastón tan precioso?



Dejó todo sobre la consola del recibidor, la misma donde ahora había encontrado el periódico con esa noticia, y se fue con sus niños al jardín mientras los albañiles terminaban el trabajo.

Al volver ya habían acabado la obra y los albañiles se habían marchado.

Fue a coger aquel raro bastón para enseñárselo a su marido, pero no estaba. Buscó por todas partes, pero había desaparecido.

Le explicó a su marido el hallazgo, el modo en que estaba colocado, el aspecto y su sorpresa de que estuviese enterrado allí, en el hall de su casa.



Su marido le contó que aquella casa había pertenecido a un general que estuvo en la guerra de Cuba y que volvió a su tierra de nacimiento, inmensamente rico, para retirarse allí.

En aquella lujosa casa se dieron fiestas fabulosas y el general era conocido y admirado por todos en la época en que vivió allí.

Se fue haciendo viejo… hasta que un día murió y la casa fue vendida.

Es posible que, al sentirse viejo, el general celebrase un último acto protocolario simbólico: enterrar su bastón de mando en la cabecera de su hogar, el recibidor, con la orientación hacia occidente de la ceremonia de “arriar la bandera” cada tarde en Capitanía. Con la vista al sol que se pone en occidente. Así permanecería su bastón durante años y años, en secreto homenaje al general.



Pero ¿Quién se lo había llevado?

Era una joya que podría valer mucho dinero, pues el puño y los adornos seguramente eran de oro.

Teresa pensó que las únicas personas que allí habían estado eran los albañiles, pero no se atrevió a decirlo a su marido.

Poco a poco, al no encontrarlo por ningún lado, se fueron olvidando todos, menos Teresa.

Siempre recordaba aquel hermoso bastón de mando.



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Ilustración de Paloma Muñoz



En la noticia del periódico decían que el ahorcado había aparecido en una casa derrumbada y casi vacía.

Solo se encontró un camastro, donde parecía que había dormido el hombre ahorcado durante las últimas noches en las que había soplado un inclemente y furioso viento maestral; una silla que utilizó para encaramarse y colgarse de una de las vigas del techo que el viento había dejado al aire al llevarse parte del tejado, y un extraño bulto escondido bajo unos cascotes, que contenía un trozo de palo de madera negra tallada, y los restos de algún mango metálico que faltaba, del que solo quedaban unos restos de metal dorado muy deteriorados.



Teresa releyó aquella noticia y pensó en aquel precioso bastón de mando que tuvo en sus manos.

Había sido un objeto símbolo del honor de un general, robado con deshonor por alguien que utilizó el dinero que obtuvo por él con muy poca conciencia.



Los vientos a veces hacen una justicia anónima y, tal vez, este había sido el caso en aquellas últimas noches de furioso viento racheado, ese que llamaban “viento del loco” por aquella zona.



¡Adiós para siempre al general!



********************



Cuando sepas

porqué la mar espera quieta,

silenciosa y mansa,

será tarde para ti.



Cuando sepas

cómo juegan las olas florecientes,

agazapadas y verdes,

ya no estarás.



Esperé,

sentada como el agua.

Tu barca vino loca,

embriagada en el gozo de pescar.

Red

fluorescente de jaloque,

levante,

maestral…



Los vientos

se encargaron de apresarte.

Separaron mis brazos,

sin mirar

cómo tu barca se hundía

lentamente,

sellada

por las redes eternas

de la mar.



Cuando sepas

porqué la mar espera quieta,

sabrás

qué tempestad es

ESPERAR.



Poema de Conchita Ferrando del libro “Homenaje a Neruda”

(Pegaso Ediciones)



Conchita Ferrando






5 comentarios:

Ben Llarpo Quenobi. dijo...

De nuevo te felicito, un relato bien elaborado. Se me paso decirte que la imagen esta bien, parece como si en la pared hubiera un rostro tal vez del loco, con la boca abierta en forma de corazón. Abrazos y disculpa la demora en publicar el comentario en Surcando y aqui. Muchos aprecios por tí y tu trabajo.
oliver.

Ben Llarpo Quenobi. dijo...

De nuevo te felicito por tu agradable trabajo. Se me paso decirte que la imagen es buena felictaciones para la creadora, parece como si en el muro hubiera una cara tal vez del loco, con la boca abierta en forma de corazón. Abrazos y mucho aprecio por tu trabajo. Disculpa lo tarde del comentario en Surcando y aqui. Aplausos.
Óliver.

Ben Llarpo Quenobi. dijo...

De nuevo te felicito, un relato bien elaborado. Se me paso decirte que la imagen esta bien, parece como si en la pared hubiera un rostro tal vez del loco, con la boca abierta en forma de corazón. Abrazos y disculpa la demora en publicar el comentario en Surcando y aqui. Muchos aprecios por tí y tu trabajo.
oliver.

JALOQUE dijo...

Llarpo, me dejas sorprendida con tu perspectiva. Ciertamente, mirando mucho, se podría ver esa cara extraña con boca en forma de corazón, pero yo no la había visto.
Me admira tu intuición. Se lo comentaré a Paloma Muñoz, la ilustradora y tal vez el azar ha dibujado esa cara que has descubierto. Un abrazo

JALOQUE dijo...

Un abrazo Oliver. Ojalá te viese más a menudo.